Al Rincón,
quita Calzón

Érase un caluroso día de mayo de 1968, en nuestro querido claustro educativo. Cursábamos 3° de Primaria. Las libretas de calificaciones se entregaban mensualmente. Vaya martirio para padres y alumnos. Teníamos clases con el Prof. Castillejo, cuando éstas fueron interrumpidas abruptamente por un añoso y enjuto sacerdote con sotana clara. Por eso recuerdo que todavía hacía calor. El religioso fue muy expeditivo en su requerimiento, indicó que nuestras notas eran muy bajas y que él era el comisionado para enmendar dicho entuerto. Sin más, cogió una lista y llamó a los compañeros que tenían un desaprobado; nos formamos nerviosamente de cara a la pizarra, mientras nos aflojábamos los cinturones y bajábamos los pantalones...
Y no se de dónde, sacó un largo madero de metro y medio y sin previo aviso (¡¡¡Palo, vaaaa!!!) lo descargó sobre nuestras infantiles posaderas. Se despachaba de tres en tres y, maltrechos, regresamos a nuestros sitios para sentarnos de costado, por motivos obvios.

La "masacre" iba in crescendo. Ya eran varios los caídos en combate, ni hablar de los compañeros que tenían más de dos cursos desaprobados. Mientras tanto, nuestro Profesor Castillejo, de espaldas al drama que ocurría, miraba, a través de la ventana el otoñal retozar de las palomas.

Definitivamente, el ambiente estaba enrarecido, se escuchaban gemidos, absorción de mocos, risitas burlonas, súplicas lastimeras y el monótono chocar de la palmeta sobre las tiernas carnes. El rostro del "religioso" se mostraba impertérrito en el cumplimiento de su "pedagógica" tarea hasta que ocurrió, no sé como llamarlo, revelación o milagro. Apareció el Non plus ultra. Un niño pequeño, de cabello castaño y mancha epitelial en mitad de la cara; era conocido por su poco apego al aseo. Caminó con la serenidad propia de los mártires hacia "el altar de los sacrificios" y desabrochándose el pantalón se inclinó posando sus pequeñas manos en la pizarra, exhibiendo unos calzoncillos que alguna vez fueron blancos. Tenía seis rojos y "el Castigador" procedió a cobrar la tarifa, pero en la primera colisión, al contacto del madero salió polvo de las posaderas del estudiante, todo se nubló y -como en una ensoñación- el tiempo se detuvo, mientras que estas partículas flotaban ¡¡¡entre él y el resto del salón !!!
 
No sé qué pasó, pero el castigo se interrumpió. El sacerdote se asfixió por inhalar tanto polvo, o ya tenía el brazo fatigado. Realmente no sé. Cogió su pesado garrote y se retiró. Nunca más regresó a nuestra aula... Cosas del Orinoco, que tú no sabes y yo tampoco.

- ¿El nombre de nuestro pequeño héroe? Lo guardo en reserva para evitar ulteriores denuncias, pero para los memoriosos su apellido comenzaba con C...