Al llegar ya casi de noche, fuimos recibidos muy formalmente. Nos dieron las instrucciones de buen comportamiento de todo “retirante”; es decir: modestia, mesura, circunspección y decoro, lo que para muchos fue puro floro. Inmediatamente después nos distribuyeron en nuestras habitaciones para iniciar el recogimiento y constricción, lo que fue entendido como el inicio de la diversión.
Después de una frugal refección, por vuelta de las 8 pm, nos fuimos a nuestros cuartos. Personalmente estaba decidido a leer una novelilla que había traído para aprovechar el tiempo. Estaba echado en la cama, leyendo, cuando de pronto decidí respirar un poco de aire fresco, mi sorpresa fue que cuando me incliné en la ventana pude ver que a mi izquierda estaba como vecino de cuarto el Loquito Iturri que también se distraía masticando un chicle. Al verme, me dijo:
No sé; entre cigarro, trago y yerba.
¿Será que han prendido una fogata y no nos avisaron? Vamos a ver.
Salimos casi al mismo tiempo de los cuartos y siguiendo nuestro olfato llegamos a una puerta de la que salía un humito con el mismito olor.
Como si fuera un club nocturno sólo para socios, se entreabrió la puerta y unos ojitos negros (“… que me miraban, esa mirada extraña que me turbaba” como cantaba el Dúo Dinámico) nos reconocieron. Era Don Porno, quien dijo,
Si no fuera por lo pequeño de la habitación juraría que estaba en Las Vegas. Don Porno había traído una maleta que, abierta, tenia de un lado una ruleta (con bolita y todo) y al lado un espacio para la timba. La tapa de la maleta tenía un montón de botellitas de whisky y chatas de ron, cigarros y barajas. El aire lleno de humo, todos allí dentro fumaban que daba gusto verlos. Sólo faltaban las mujeres, eso hubiese sido ¡lo máximo! Uno que otro fumaba su marimba y otro que, con pastel en manos, aspiraba como si fuera puro oxígeno en Marte. Bueno, para no desairar al anfitrión me eché una copita de un whisquicito, previo pago a Don Porno -amistad es amistad, negocios son negocios- y compré un cigarrito. Regresé a mi cuarto pues, aunque el ambiente prometía, había la chance de que nos descubran.
Al día siguiente, fuimos despertados. Hubo misa, desayuno (otra vez frugal), y fuimos organizados en grupos para las meditaciones. También fuimos comunicados que, en las faldas del cerrito aledaño (el emblemático) los dos grupos anteriores habían iniciado la ardua tarea de escribir con piedras o palos, el nombre de “Salesianos”. Ellos se habían quedado en las letras “Sale” lo que para mí me dio un mal presagio.
La mañana pasó rápido, la verdad no sabía dónde la mayoría había estado, unos pocos nos habíamos quedado merodeando las instalaciones, el resto había subido al cerro (¿a orar?), pero mágicamente, a la hora del almuerzo todo el mundo apareció, unos con la mirada perdida (¿mucho rezo?), otros con aliento a trago, otros risueños y felices, místicos diría yo, pero todo el mundo con hambre.
Luego del almuerzo, austero diría yo, hubo un momento de descanso, más charlas y otra vez, la meditación, la misma que había despertado un inusitado entusiasmo, en la mayoría, por subir al cerro (y eso que no era el “monte de las oliveras”). Los curas estaban felices (la inocencia no tiene edad).
Mi grupito de meditación nos sentamos en círculo para la reflexión, empezamos con la lectura del evangelio del día y al poco rato los bostezos se hicieron presentes así que nos fuimos a andar por un caminito que bordeaba el cerro. Conversábamos distraídamente cuando vi que el Pulpo Monzante se dio media vuelta abriendo bien los ojos y como quien ve un ánima o a la vecina calata, empezó a correr como quien va a perder el micro, lo mismo hicieron el loquito Iturri y otros más. Bueno, yo también me volteé y, zas, me encontré cara a cara (y con temores) con 3 pastores alemanes (que más que pastores eran verdaderos nazis) que venían hacia mí corriendo y dando ladridos y con la boca bien abierta. Un frío recorrió mi cuerpo, inmediatamente me encomendé a María Auxiliadora, Don Bosco, Domingo Savio, San Martin de Porres, Santa Rosa y toda la congregación Salesiana y dispuse a pagar caro mi vida, levanté mis dos muletas con la idea de acertar 2 hocicos (por lo menos) y tratar de convencer al tercero, ¡ta máre!, cuando ya estaba con las fieras encima, una lluvia de piedras empezó a caer del cielo (cielito lindo, que vienen bajando, como dice la ranchera). ¡Aleluya hermanos!, ¡Alá es Grande!, ya sabía que la Virgencita no me iba a fallar, seguro que inspiró a mis fugitivos amigos a lanzar las piedras. ¡Carajo que susto! Estaba lívido de emoción, sólo me faltaba un trago, pero la cantina de Don Porno sólo abría en la noche, ¡chesumare!
De la mayoría de los que habían subido al monte, perdón, al cerro, los más ingenuos continuaban la obra de los retirantes anteriores: completar la palabra “Sale”. Pero no salió por que se dedicaron a la chacota, a lanzar avioncitos de papel, piedras al aire. Unos se dedicaron al trago, la chata pasaba de mano en mano y más ligera cada vez. Otros se dedicaron a actividades más espirituosas, a volar alto, el fumanchú estaba a todo dar con la buena (y la mala también) y se preparaban unos pasteles de campeonato (los sinvergüenzas habían tenido clases en Luna Pizarro).
Una pandilla, digo grupo, destacó esta tarde. Estaban “echándole trago” con ron, que, si no fuera por el monte, perdón, cerro, sería una cantina de barrio. El léxico había pasado de ser alturado (por los metros sobre el nivel del mar) a uno de bajo calibre, digamos … soez. Según el cronista de la época “CV”, un retirante, CMG, emocionado lanzó la chata (seca, sialcas) al aire al momento que gritaba ¡CSM! Fuerte y claro (podría haber dicho Arriba Perú) pero el infortunio quiso que el Padre Vacacela pasease por ahí y sea testigo infraganti del hecho.
Ipso facto todo el grupo fue convocado, junto con Padres y profesores. Me acuerdo que fue el Padre Péiro quien dirigió la amonestación. En nuestra defensa nos cupo a Darwin y a mi hacer un pedido de disculpa en nombre de todos y un propósito de enmienda, lo que para sorpresa de muchos fueron aceptadas.
Todo el mundo a sus habitaciones a “reflexionar” (muchos a curar la resaca). Esa noche Don Porno casi no abrió el bar, fue a mucha insistencia de la clientela. Al día siguiente todo parecía haber vuelto a la normalidad. Nuevamente Misa, desayuno, charlas, meditaciones de la mañana, almuerzo franciscano y meditaciones de la tarde. A esta altura de las cosas, el Retiro parecía haberse encauzado, pero no, ese cerro tenía unos Apus bravos “que te llamaban” y debe haber sido su influencia que “once more time” algunos grupitos decidieron elevarse a las alturas. La yerba que circulaba debía ser de la buena (¿moño rojo?) pues al Chino L le dio unas energías tremendas, del Olimpo diría yo, una verdadera incorporación de Ícaro. Poseído por este espíritu griego se lanzó a los cielos, perdón, al vacío y ¡sin alas! Chesumare, y cayó como pajarito alcanzado por un balín. La trayectoria de la caída fue parabólica, ojalá hubiese sido una parábola. El punto de aterrizaje del “Chino Ícaro L" fue cerca de donde yo estaba, corrimos a ver qué pasaba y encontramos al Chino L, echado boca arriba, quien, juntando fuerzas de donde no hay (¿pundonor?) mismo soldado herido en combate dijo esas palabras tan lucidas y claras,
¡Guarda el paco! -y lo guardé.
A pocas palabras, buen entendimiento, yo ya estaba habituado a guardar, a la hora de Educación Física, las pertenencias más valiosos de los compañeros (entiéndase relojes, dinero, yerbas, revistas pornos, sánguches y claro, pacos; era un verdadero “ekeko”) y la confianza era vox populi. Guardado el paco y el “Chino Ícaro L” llevado a la enfermería, otra vez Andrés, “todos” fuimos convocados, esta vez con nuestras maletas y mochilas para ser regresados a Lima.
Y ahora, ¿que le digo a mis viejos? -bueno, acabé diciéndoles que hubo muchas mataperradas, cosas de chiquillos, que acabaron con la paciencia de los Padres y profesores.
¡Qué severos los Padres!, no tienen paciencia.
Si pues, qué le vamos a hacer. Caballero nomás.