Cuando nos Retiraron del Retiro

Por Carlos Velarde

Cuando la proposición Retiro Espiritual llegó a mis oídos por primera vez, la entendí como una teoría sublime del recogimiento; explicada así por los sacerdotes más carismáticos del Colegio. Un recogimiento que involucra, por recomendación, apartarse de casa para abocarnos en temas religiosos y propios de gente mayor. Comprendí que el asunto no era para mí; asaltándome el temor por una suerte de destierro familiar obligatorio y consecuente sometimiento al soporífero binomio rezar-meditar.

Desde temprana edad me provocó instantánea resistencia. Asumí la novedad como una forma sutil de introducirnos al sacerdocio por vocación provocada.

Pese a mi corta edad, supe distinguir que el Retiro Espiritual no tendría por qué ser obligatorio, en tanto no está siquiera sugerido en los Mandamientos de la Ley de Dios ni en los Sacramentos; como ya lo había comprobado en mi casi reciente Primera Comunión, cuya preparación fue Super intensiva (para mi gusto) y me hacía sentir tan docto como un cura.

Sea como fuere, una de las actividades católicas que el Colegio me llevó a conocer despertando en mí gran curiosidad, fue -sin duda- el consabido Retiro Espiritual. Quizás cometo irreverente error al clasificarlo secamente en el rubro “actividad” pero, en definitiva, el Retiro -y sus preparativos- ponía en movimiento nuestro entusiasmo por compartir algunos días fuera de casa; al tiempo que despertaba la resignada preocupación entre los Papás, Mamás y/o Apoderados.

Muchos de nosotros no habíamos pasado por la experiencia de que nos suelten a dormir fuera de casa y sin familiares.

Con el transcurso inexorable del tiempo descubrí que nunca el Retiro transformó la vida de algún estudiante; como tampoco gravitaba en el rendimiento académico, pese a su obligatoriedad. Para mí fue siempre como una suerte de Paseo; de esos que sólo se dan una vez al año y que siempre generan gastos para nuestros viejos: pasajes ida y vuelta, alojamiento, alimentación, propinas para imprevistos y una que otra necesidad emergente.

Una de las notas típicas e infalible costumbre del Retiro y que confieso haber yo nutrido, era -sin duda- la exhibición y estreno de pijamas; afán propio de nuestras mamás: “íííCómo vas a llevar esa pijama vieja, ni se te ocurra !!!”. Recuerdo haber constatado cómo en cierta ocasión el viejito de uno de nuestros compañeros de Retiro, persiguió en auto al ómnibus que nos transportaba hacia Chaclacayo; consiguiendo darnos el alcance poco antes de iniciar el trayecto en la Carretera Central. El motivo de la persecución fue una pijama nueva olvidada en casa, o quizás recién y tardíamente comprada.

En un repaso fugaz por mi memoria, de todos los Retiros a los que asistí por el Colegio, recuerdo más el de Quinto de Media y no precisamente por ser más cercano en el tiempo; como sí por haber concluido de la manera más insospechada y cargada de sendos pecados veniales.

A diferencia de otros años, la organización del Retiro disponía que las dos secciones (A y B) del Quinto de Media, fueran unificadas y luego repartidas en tres grupos de alumnos que haríamos Retiro por separado y consecutivamente por fechas. Hasta el día de hoy para mí es un misterio quién y qué criterio descolló para la conformación de cada uno de los tres grupos; lo cierto es que me ubicaron en el tercero. Ergo, entraríamos al final.

Curiosamente, la conformación del tercer grupo parecía ser el resultado de un proceso de decantación en dos tiempos. Ahí figurábamos muchos elementos díscolos y frívolos reclutados adrede. De ésto nos percatamos casi de inmediato y nos llevó a pensar que tendríamos un trato especialmente más ajustado; o quizás manso, pero contundente.

La Casa de Retiros para esta oportunidad no era ya la conocida y acostumbrada residencia de Chaclacayo (la del cura de cabeza rapada y su “Hojita de Té” en modo Butterfly); sin embargo, esta vez también quedaba en las afueras de Lima y, en particular, un detalle geográfico poco común se prestó para una simpática iniciativa y gesto de presencia, como de agradecimiento.

En efecto, según comentaron los dos grupos que nos precedieron, la Casa de Retiros se encontraba al borde de un cerro aislado del sistema montañoso de los Andes (como lo son muchos cerros de Lima). En las faldas y a relativamente poca altura de la cuesta, los tres grupos de Retiro tendrían por tarea y ayudados por circundantes restos de vegetación reseca -a manera de guirnaldas-, montar y colocar ordenadamente letras, hasta completar el nombre de nuestro Colegio.

Llegado su momento y desde el principio, los dos primeros grupos siguieron el trámite esperado: asumieron con debida seriedad el propósito del Retiro como de las responsabilidades y tareas asignadas. El comportamiento de todos fue prudente, juicioso y provechoso. Los comentarios que llegaban a Lima, durante y después, eran de lo más favorables y encomiables.

Las actividades debían seguir el programa ya ejecutado por los dos grupos precedentes. Así se entendía; pero la tendencia disimulada del tercer grupo apuntaba de seguido hacia la chacota y el relajo.

En uno de nuestros ratos libres, nos cupo continuar -y culminar- la decoración del cerro con el nombre que nos identifica como inspiración de Don Bosco en San Francisco de Sales; pero lo cierto es que para este tercer grupo la expresión “rato libre” invitaba al desenfreno y a la insolencia.

El punto de atención y de labor por todos compartido en ese momento era, sin dudar, la cuesta del susodicho cerro. Diversos subgrupos convergíamos allí. Se asemejaba a una brigada de entusiasmados peones en prometedora faena, aunque, de un momento a otro, entraron en sospechosa dispersión; de manera tal que fueron poquísimos quienes quedaron finalmente atendiendo la construcción del letrero ecológico.

En este quehacer me tocó estar acompañado de los amigos más afines con quienes formamos un equipo transitorio; uno de cuyos integrantes guardaba camuflada una tentadora chata de ron que fue motivo de un compartir acelerado.

Entretanto, nuestras conversaciones distaban muchísimo del propósito clerical que nos había convocado. Nuestro vocabulario fue aflojándose a nivel barrio bravo y el tan promocionado Retiro Espiritual devino irremediablemente en el pretexto para una juerga, a manera de despedida de nuestro amado Colegio.

Después de la amigable rotación del trago, parece que tocó “secar” la chata de ron a nuestro simpático compañero de aula Carlos Masías Guzmán (sobrino directo del Rvdo. Padre Eugenio Masías), quien sorpresivamente lanzó al aire y en sentido vertical la botella vacía, al tiempo que -con voz de adolescente chillón soltaba un CSM !!! completo, claro y fuertemente pronunciado; mientras que delante de nosotros y a pocos metros, pasaba lenta e inadvertidamente el cura Vacacela, impávido y circunspecto.

Al poco rato y convencidos de que este impase habría abonado en favor de una seria censura; todos los asistentes a este Retiro fuimos convocados a una reunión inmediata con los curas y profesores a cargo.

No podía ser de otra manera. La reunión era necesaria para restituir el orden y enderezar nuestra actitud hacia el propósito auténtico e importantísimo del Retiro. Las autoridades escolares optaron por concedernos una oportunidad más para lograr restablecer la disciplina y redirigir nuestras intenciones hacia resultados provechosos y satisfactorios; tal como lo demostraron los grupos 1 y 2, en su momento.

Terminada la monserga, nos retiramos a nuestras habitaciones sin advertir de nadie haciendo algún gesto o comentario de lamento, aflicción o arrepentimiento. Nuestra reacción, de primer momento, fue visiblemente neutral.

Al día siguiente el ambiente hacía presumir que el cambio de actitud y mentalidad empezaba a mostrar los primeros síntomas de enmienda. Sin embargo, no era tal el resultado que se esperaba. La tendencia era de obstinación y de velada rebeldía, siempre presentes; quizás porque ya empezábamos a despedirnos del Colegio o quizás porque el tercer grupo nunca estuvo convencido de las bondades de un Retiro Espiritual.

Pues así fue. La indisciplina e inconductas seguían minando la correcta conducción del Retiro. Profesores y curas desistieron ante la terquedad; quizás porque empezaban a despedirse de nosotros.

A fin de cuentas, no era un fracaso académico de esos que nos obliga a repetir de año o a condenar nuestras vacaciones con los infames cursos de cargo. Un Retiro Espiritual se truncó para algunos de nosotros y solo quedó en nuestra memoria como un recuerdo de nuestro trajinar por la vida escolar.

La decisión de regresarnos a Lima antes de tiempo, fue la culminación de una experiencia que no nos convierte ni en más ni en menos. Después de todo fue una aventura muy alegre y, a decir de Don Bosco: “La Alegría es el décimo primer Mandamiento de los Salesianos”.

Por lo demás, empíricamente presumo que el inconsciente colectivo del tercer grupo se resistía a completar la labor iniciada en aquel cerro; y era natural.

Primer y Segundo grupos habían conseguido avanzar con “SAL ESI”. Mientras que a nosotros nos hubiera tocado el “ANO”.