Fantasmas en la Capilla”

Por Manuel Gayoso

In memoriam Miguel Ángel Chávez.

“Nadie sabe, nadie supo…  la verdadera historia

de los fantasmas en la Capilla”

Corría el año 1975, nuestro último año de vida escolar, año en el que acontecieron estos “fenómenos paranormales”. Para entrar en contexto, comenzaré por ubicar el escenario de los hechos: Nuestra institución consta de 2 patios (uno de Primaria y el otro de Secundaria), ambos separados por un extenso pabellón, que alberga: los servicios higiénicos, una capilla con puertas de ingreso orientadas para ambos patios, una cocina-comedor para los sacerdotes y el afamado mega kiosko, administrado por Don Salas, del cual éramos conspicuos parroquianos.
Ahora bien, hecha esta presentación, entramos en materia, los fantasmagóricos sucesos tuvieron incidencia en la austera capilla; austera por su ornamentación de imágenes religiosas y mobiliario. Lo justo: bancas para los feligreses, una mesa ancha convertida en altar y vestida con un amplio mantel blanco con el ruedo rozando el piso y 2 vetustos armarios (uno para el vestuario sacerdotal y el otro contenía hostias y botellas de vino para la misa).
En esta capilla se oficiaban los servicios religiosos mensuales por secciones, a ambos Niveles educativos. Al respecto, nuestro último año de estudios pasó por muchas vicisitudes en el desarrollo de las sesiones litúrgicas. El punto de quiebre radicaba en la confesión de los pecados y la santa comunión, pues había un marcado ausentismo. Nosotros llamados a ser “soldados de Cristo” parecíamos desertores. Nos volvíamos reacios (palabreja muy cara y consuetudinaria en labios del buen Profesor Wenceslao Moisés) a comentar, con el sacerdote confesor, nuestras prácticas solitarias de íntimo alivio. Resultaba incómodo hablar con un extraño de las propias flaquezas humanas. Notorio ausentismo confesional acarreaba, en consecuencia, estar negados e inválidos para recibir la sacra comunión. Este acto de desobediencia sacramental, no pasó inadvertido para nuestro R.P. Mario Mosto (famoso tanto por su bondad, como por su poca paciencia ante la insubordinación), siendo testigo presencial de tamaña omisión, estalló en plena misa, motejándonos de “fariseos” e “impíos” y hecho todo un “Rabí de Galilea” nos expulsó del templo, diciendo: “¡¡Vayan a sus aulas a escuchar clases, aquí ya no tienen nada que hacer, majaderos!!" Dando así, la accidentada misa, por finalizada.
Queridos lectores, corramos el benévolo velo de la indulgencia para cubrir nuestro involuntario desacierto colectivo…
Bien, regresando a nuestro tenebroso tema, durante los recreos ambas puertas de la Capilla estaban abiertas de par en par, a fin de facilitar un lugar adecuado para nuestras “diarias oraciones”. Práctica más asidua en los niños de Primaria. Mientras que los estudiantes de Secundaria preferíamos armar amenas tertulias en este apacible y amable recinto. Otros lo utilizaban como clandestino pasaje para alcanzar el patio contrario. Pero, un ignoto día, comenzó a correr el rumor, principalmente en Primaria, que se escuchaban sonidos extraños, voces y carcajadas apagadas dentro de la capilla… sin saber de dónde venían, ni quién las profería. La conclusión era evidente, estaban penando y la Capilla estaba poseída. El rumor fue creciendo y en Primaria era “vox populi” que reinaban los espíritus chocarreros en el, otrora, sacro lugar. Los niños de Primaria, dominados por el miedo, preferían rezar en el umbral a ingresar temerariamente en la capilla. Pero “no hay mal que dure cien años… ni rumor que lo resista”. Así, un buen día, un sacerdote (posible “aprendiz de exorcista”) acudió durante el recreo a la capilla para realizar sus plegarias, tomando ubicación junto al altar. Cuál no sería su asombro, al empezar sus rezos, comenzar a escuchar ruidos y murmullos perturbadores. Al principio, sudó frío para luego, medianamente repuesto, exhortar a la “entidad” a que se hiciera presente. La respuesta fue silencio, después sonidos que provenían dentro del altar. Tomando valor, desveló el mantel del altar con violencia y ante su estupor, descubrió a dos estudiantes debajo de la mesa, ¡¡libando sendas botellas de vino!!
El develado mantel yacía en el piso, los muchachos pillados en flagrante culpa y las botellas vacías, mudos testigos, componían una escena singular y a la vez, censurable. El valeroso cura, todavía presa de asombro e indignación, se aprestaba a pronunciar la temida excomunión cuando los pseudos fantasmas, movidos por sobrehumana energía, se levantaron de la incómoda postura y, antes de ser plenamente identificados y atajados, pusieron pies en polvorosa. Uno, el más fornido, tomó la puerta de Secundaria y al mejor estilo de Usain Bolt, desapareció físicamente. El otro, de apariencia esmirriada, cual leve brisa, cogió el portal de Primaria, no sin antes, hipar sonoramente.
El sacerdote fue encontrado, por sus compañeros, atónito. Balbuceaba sinsentidos, ora sobre herejías, ora sobre bucéfalos que lo habían atropellado. Jamás volvió a ser el de antes, se convirtió en un ser melancólico y taciturno. Comentan, sin confirmar, que a todo templo que acudía, cogió la manía de dirigirse al altar y levantar el correspondiente mantel… ¡¡Qué extraño hábito!!
Se preguntarán ustedes, queridos amigos. ¿¿Quiénes fueron estos personajes de ésta tan espirituosa anécdota??
Tan cierto es que la anécdota sucedió, pues me la contaron, entre carcajadas, los propios actores. Así que no cometo ninguna infidencia, estando en plena libertad de escribir sus nombres y apellidos. Ambos pertenecían a nuestra gloriosa Promoción. Ambos formaban una mítica dupla, mismos Batman y Robin, el Llanero Solitario y Toro, el Avispón Verde y Kato o Stan Laurel y Ollie Hardy. Sin más preámbulos, nuestros egregios héroes eran: El bólido y entrañable amigo ausente, Miguel Ángel Chávez y su fiel escudero, Eduardo “Toto” Arévalo Chong. Dos prohombres, dos adelantados a su época que nacieron sabios en el Arte de Vivir la Vida. ¡¡Vaya hacia ellos este humilde homenaje!!
“Cosas de Orinoco… ”