Gracias a los Amigos que me Enseñaron a Tener Calle

Por Miguel Croce

Recordando a Alberto Cortez cantando “A los Amigos”, no puedo evitar pensar en los compañeros que me enseñaron lo que significa “tener calle”
A mis amigos les adeudo la ternura
Y las palabras de aliento y el abrazo
El compartir con todos ellos la factura
Que nos presenta la vida, paso a paso
Sí, puedo decir que aprendí mucho con los compañeros del colegio, con ellos aprendí a entender la vida y, también, a vivir la vida.
En casa, en el hogar, empezamos a ser y crecer como personas, aprendemos principios (respeto, honestidad, empatía, responsabilidad, etc.), ética (criterio, reflexión, responsabilidad y justicia), a comunicarnos, a resolver problemas, a entender las emociones de los demás, a organizarnos, a tener una cultura familiar y hábitos. Todo eso es lo básico para luego adentrarnos en la vida misma, en el mundo, en “la calle”, el ambiente donde tendremos que sobrevivir y crecer, al menos, al inicio.
Calle o “tener calle” es otra dimensión de la vida, es aprender a sobrevivir y adaptarse, no es aprender a ser deshonesto ni aprovecharse de los otros, eso es delinquir o apartarse del buen camino. Tener calle es actuar con habilidad, astucia (sin perder la ética) y seguridad en situaciones no familiares, diferentes, complejas.
Bueno, toda esta introducción para admitir, reconocer, que mucho de lo que aprendí a “tener calle” lo fue en la época del colegio, en las salas de aula y en las calles de Breña. Mis “instructores", los compañeros de colegio, me mostraron el otro lado de la vida, “la vida como ella es” recordando al escritor brasileño Nelson Rodrigues.
Los primeros “entrenamientos” comenzaron ya desde el primer día de clases.
La vida no es siempre simpática
Nos mandaron a hacer fila y yo me coloqué al final pensando en no incomodar. Cuando sentía que todas las miradas se dirigían a mí y principalmente a mis muletas, me sentía un ser de otro planeta. Un
alumno delante mío, apellidado Solorsano, me miró con cierto aire arrogante y me preguntó:
- ¿Cómo te llamas?
- Miguel Croce -pronunciando Croce como en italiano “Cróche”.
- Ah sí, como los palitos de crochet. O sea que eres Miguel Crochet, “Miguel
  Palito Croché”.
Una vocecita detrás mío me dijo:
No te dejes tomar el pelo, sino vas a ser el punto.
No lo pensé 2 veces y le di un bastonazo en medio de la cabeza. Se me obnubiló la mente y no pensé en las consecuencias. Solórzano casi se cayó y solo atinó a agarrarse la cabeza, vi que le salía unas lágrimas, pero no dijo nada, “caballero” el muchacho y se dio media vuelta mirando al frente, al estrado donde estaba el director que nos daba la bienvenida. Di unos pasos para ponerme bien en la fila y es cuando sentí que mi muleta estaba un poco arqueada, otros 2 compañeros de fila sonreían conteniendo la risa y me ayudaron a enderezar la muleta. Desde ese día nunca más me molestaron. No sería el punto.
No puedes negar lo que eres o como eres
Me acuerdo de que teníamos que cambiarnos el uniforme de diario (un ternito azul con corbata y camisa blanca) por el uniforme de educación física que era una camiseta, short y buzo. Salimos al patio y yo me preguntaba:
- ¿Qué voy a hacer en la hora de Educación Física? -pregunta que me la hacía
  con cierto aire de angustia.
Felizmente, el profesor León, nos agrupó en 7 grupos, de 10 a 12 alumnos por grupo para jugar partidos de fulbito. El primer grupo eran los que mejor jugaban, los “cracks” y el séptimo grupo, al cual fui designado, era de los que no jugaban nada o los que jugaban cualquier cosa menos fulbito. Me colocaron en la defensa para detener los avances o las pelotas con mis muletas. Lógicamente que a veces me llevaba de encuentro alguna canilla o pie, por lo que me tenían ¡cierto respeto! La verdad yo ya jugaba así en mi barrio del Rímac, por lo que me sentía bien.
Al final tromes y rengos, atléticos o gordos, altos o chatos, miopes, lerdos y agilitos nos divertíamos.
Las malas palabras, las lisuras, hay que saber escucharlas
Las horas de Educación Física eran bastante esperadas pues, además de jugar pelota, el Prof. León siempre nos estaba observando y diciendo en voz alta frases o palabras alentadoras como:
¡Patea como hombre, carajo!
¡Corre mierda!, pareces embarazada.
Patada al pulmón, por tramposo.
¡Muévete, cojudo!
¡Yo no pego, yo corrijo!
¡Quién te dijo que hicieras eso cojudo de mierda!
¡Huevonazo!
¡Cojudo!, muévete
Si esas expresiones de “aliento” o calificativos las hubiese dicho o escuchado en casa me habría generado unas ganas de visitar el confesionario, pedir perdón y aceptado cuantos padres nuestros y avemarías me hubiesen dado como penitencia, ahora eran palabras o frases que me alegraban y hacían que me riera a pierna suelta, diríamos, “un deshueve”.
La vida como ella es
Los recreos eran los momentos más esperados, salíamos corriendo de los salones como una jauría, unos a agarrar los “fulbitos de mano”, otros a organizar y jugar partidos con chapita, algunos (los que podían) a comprar algo que comer “rápidamente” en el quiosco del Sr. Salas. Algunos desaparecían para poder fumar cigarros o tronchitos. Había un buen grupo que esperaba a Don Porno para poder comprar/alquilar alguna revista de calatas y otros nos poníamos a conversar y contarnos historias, de las películas o novelas (como “El Amor tiene cara de Mujer", con la dueña del salón de belleza Lucy Scala) donde podíamos ver las piernas de alguna actriz (y soñar con ellas).
Un día, un compañero (cuyo nombre no mencionaré por decoro) estaba medio embalado pues había dado unas aspiradas previas “en un lugar de la Mancha” y decidió bajar el voltaje fumándose un “tronchito” de marimba en el patio. Estaba impávido y sereno ante el peligro cuando fue sorprendido por el profesor Iturrizaga, quien al verlo fumar le dijo que si no sabía que estaba prohibido fumar y, además, ¿por qué lo hacía? La respuesta de nuestro querido compañero fue que eran órdenes del médico, pues tenía bronquitis y el cigarro de “helecho” es bueno para los bronquios. La respuesta “inesperada” fue tal que, anonadado, Iturrizaga le dijo:
Ah, ya.
Y se fue como el viento.
Todo era normal, nadie se sorprendía ni con los partidos de chapa, los tronchitos, las revistas de calatas, no había malicia. Éramos felices y no lo sabíamos.
¡Qué lindas las calatas!
A veces nos pasábamos la voz para ir a ver películas pornos en el Rivoli, el Colonial, el City Hall, el Odeón, el Madrid. A los cuales ingresábamos teniendo que pagar la entrada y un chocolate, eso se repetía en todos estos cines.
Veíamos las películas con bastante bulla y haciendo travesuras como robarle los zapatos al descuidado, lanzar papel o algún objeto a alguien, lanzar avioncitos de papel o fumar un cigarro como los adultos, pero el silencio surgía cuando en las escenas aparecían las calatas y mejor aún, en las escenas de sexo. Nos sentíamos mayores y a veces a la salida nos fumábamos un cigarrito.
Los bravos del colegio
Los bravos o bacanes eran conocidos y respetados, nadie se metía con ellos y menos hacerles bromas: el Pato, Danilo o Tronquito no andaban con rodeos y si la cosa se pintaba fea, el golpe avisaba. El Pato, rubio y colorado, muy bueno como deportista pero serio, recio y bueno de pelea, ya con la mirada imponía respeto. Danilo, nuestro “John Travolta”, usaba el pelo largo (ningún profesor osaba decirle que el cabello debería ser corto), vestía una chaqueta de cuero y botas "con puntera de acero" en lugar de zapatos. Caminaba con los brazos abiertos y “metía un quechi” si algo le incomodaba. Tronquito, blancón trujillano, bajito y fuerte (como un vasco), andaba con un “fierro” en el bolsillo al estilo de la canción Pedro Navaja de Rubén Blades:
“Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
Con el tumba'o que tienen los guapos al caminar
Las manos siempre en los bolsillos de su gabán
Pa' que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal”
Tronquito era fanático de los partidos de chapita y un goleador, nadie lo atajaba, ¿Por qué sería?
En los pasos y exámenes el que sabe sabe y el que no se recursea
A la hora de dar un paso o examen, todo el mundo se acomodaba lo mejor que podía, los estudiosos tranquilos, confiados, en sus carpetas, los que dependían de una ayudita o “soplos” tenían que disputarse las carpetas cercanas de uno de los intelectuales. Los que no podían se resignaban a los papelitos voladores. Hubo una oportunidad en que, habiéndose robado la prueba de física, ésta fue resuelta en el recreo por los cráneos, las respuestas eran dichas en voz alta para que todo el mundo las copiase. Sorprendentemente, todo el mundo sacó más de 15 en ese examen. Un día magno.
Y así pasábamos los dias, felices o con muchas emociones, hermanados en las horas difíciles y cada uno “a su aire” como dirían los españoles.
Todos eso y “muchas cosas más”, me enseñó a tener calle.