Los días del colegio eran divertidos y todos teníamos un rol, un papel que difícilmente dejábamos de cumplir. Había los chancones, los chacoteros, los jodidos, los comelones, los traviesos, los pendejos, los serios, los querubines de la primera fila (entre ellos Pinina, Amarillo, los primos negrura: Álvarez y Bevilacqua), los pajeros, los cantores, los roqueros, los malos de la película, los simples, los inocentes, los mercenarios y los cojudos. Los que eran “el punto” ya asumían su papel apenas ingresaban al colegio y gallardamente aguantaban la joda todo el santo día, ni de los profesores se escapaban.
Entre "los malos de la película" destacaba “T…quito”. El hombre era bajito, blanquiñoso (de ascendencia trujillana le venía lo albo), de complexión fuerte (recio diría yo, podría pasar por un paisano vasco), de mirada sería y aguda que denotaba que pensaba por el mismo. Si te echaba una mirada parecía decirte, "¿qué me miras?". Sus negocios eran bravos y no estaba para medias tintas y menos para perder el tiempo. Era "vox populi" que andaba con un "fierro" en el bolsillo y que no tenía problema alguno en sacarlo para “simplemente” aclarar cualquier malentendido, sencillo el “T…quito”. Más, valgan verdades, el hombre era duro e inspiraba respeto.
Paquito, era otra versión, - ¡un pan de Dios! -diría mi abuela. Para variar, también blanquiñoso (de hidalgos ancestros cusqueños, no por nada sus apellidos nos remontan a Castilla y a León). Era tranquilo, muy estudioso y con un gusto por la literatura desde que descubrió que sabía leer, interés bastante cultivado en las salas de Breña (y ya en la vida universitaria frecuentador de tertulias literarias). Era de media estatura, habla mansa, muy educado y circunspecto (como la mayoría de cusqueños que frecuentaron el colegio), un alumno modelo diría yo. Sus cuadernos bien cuidados y las tareas al día; un ejemplo de muchacho, el Paquito.
Además del uniforme único y de la insignia "Salesiano", los dos, “T…quito” y Paquito, compartían una verdadera pasión, una obsesión, un delirio, una manía obsesivo-compulsiva por "un partido de chapita" en el patio del colegio a la hora del recreo. Como no había bola a disposición y nadie era cojudo de llevar su pelota (porque volvía a su casa sin el balón) la solución fue -excelencia de la simplicidad y fruto de mentes prácticas- “la chapita”. Las había de diferentes marcas, calidades y con peso reglamentario, tanto así que las mejores chapas valían su peso en oro y eran guardadas con mucho cuidado.
Los que más sufrían con esta variante de deporte (aún no inscrito en las olimpiadas por su origen humilde y plebeyo) eran los papás, pues los hijos (seres alienados, adictos y viciados al juego de la chapita) gastaban tanta suela que daba gusto ver. A final, los viejos no tenían más remedio que hacerse caseritos de los zapateros. Algunos inocentes progenitores llegaban a pensar que su hijito tiraba mucha suela para ir al colegio, - ¡Cómo anda Paquito para llegar al colegio! -Puta qué mentira, la chapa era la responsable y la alegría de los remendones.
Un día, cuya fecha no me acuerdo, los partidos de chapa estaban a todo vapor, parecían partidos eliminatorios, ¡con qué ánimo, con qué pasión, con qué voluntad se iban detrás de la chapa! La mirada fija en este pedazo de lata, si uno los viera podrían parecer gente posesa, obnubilada por esa “chapita”, era el espíritu “chaperíl” que se instalaba en los párvulos de los Salesianos de Breña. Así es, y lo fantástico era que se jugaban unos 20 a 30 partidas simultáneas, "a la puta" (cómo diría P. Palacios, un querubín de lengua picante como cebiche tumbesino). Un detalle, nadie se confundía de chapa ni de equipo. Quien viese por primera vez este fenómeno se maravillaría de la complejidad (y la simplicidad) del juego, un verdadero hormiguero en el patio, todos corriendo de aquí pá yá, de allá pá cá, saltando, dribleando, pasando y recibiendo la chapita. La regla general era no levantar mucho el pie por que la chapa se te podía escurrir. Los más habilidosos como Iván Medina, Manuelito Zegarra, Huguito Abad, Manuelito Gayoso y otros más, a veces estaban inspirados y zas, levantaban la chapa y la pateaban tal cual Maradona o Pelé. ¡Sí, carajo! Aquí estaba el verdadero semillero del balompié peruano, puro corazón pura chapa, pura suela. ¡No nos ganan Perú!
La cosa fue que, en medio de un partido, Paquito estaba corriendo como "alma en pena" atrás de una chapa que había sido lanzada por Gayoso hacia el área de gol (entiéndase unas manchas imaginarias en los extremos del patio). No podía perder esa chapa carajo, así que sacando pundonor de sus ancestros chasquis (mensajeros del Inca) se mandó con todo y avanzó desmarcándose de todos. ¡Un Advíncula cusqueño, el Paquito! La chapa lo hipnotizó tanto que no vio que se estaba cruzando con “T…quito” y zas, ¡mierda! El encontronazo fue inevitable, estrepitoso, contundente. “T…quito” también estaba atrás de otra chapa (otro partido en simultáneo) y estaba full concentración. No vio (y no le importaba un carajo ver a otros) a Paquito.
La escena fue de adrenalina pura, los dos "chapistas" se estrellaron, colisionaron cual cometas, una verdadera eclosión de meteoros en el firmamento. “T…quito” empezó a caer al suelo, la caída era registrada en cámara lenta por el cerebro de Paquito (Paquirri para los íntimos), pues su cerebro ya había “activado” primitivo instinto de conservación y eso activaba, misma serie de Netflix, que pasasen por su mente en un instante miles de recuerdos y experiencias vividas, como relatan los que regresaron del más allá, al momento de morir, y la verdad ¡él estaba a punto de irse al cielo! -sí al cielo pues era buena gente Paquito. Los niveles de adrenalina de Paquirri empezaron a subir y subir, sus emociones también iban mudando a cada centímetro que caían él y “T…quito”. Como enseña la fisiología, en estos momentos de “inminente peligro”, de la sorpresa pasó a la angustia y de la angustia al miedo y el miedo se convirtió en pánico cuando “T…quito”, ya en el suelo, empezó a llevar su mano al bolsillo, donde todos sabíamos que estaba el arma, perdón, el fierro. Otra vez, "a la puta", como diría un sabio tumbesino.
Todo el sistema nervioso de Paquito se puso en alerta máxima. Siempre me ha parecido una maravilla de la naturaleza que ante situaciones de peligro "todo se te hace tan claro como el agua", la "mente se te despeja", “no tienes dudas” y llegas rápidamente a la conclusión y resolución final de … de "huir". ¡Carajo! ¡Pá cojudo los bomberos! Y todo por una maldita chapa, la vida no valía nada, ¡oiga usted! En ese momento pude ser testigo de otra maravilla de la naturaleza. Paquito empezó a darse media vuelta, lo estoy viendo en “slow motion”, ni sentía el sudor frío que ya empapaba el uniforme, y lento al inicio, pero rápidamente después empezó a correr como un campeón olímpico, "¡Perú Campeón, es el grito que repite la afición”. Ni el mismo Usain Bolt lo habría alcanzado y menos “T…quito”. Paco, “sin dudas ni murmuraciones” corrió hasta el portón de la salida, lo abrió como un entendido en cerrojos (¿se acuerdan de D.?), y apenas agarró la Avenida Brasil sólo dejó un rastro de polvo tras de sí, una verdadera “combi asesina” y … se perdió en el horizonte. Según declaraciones del mismo “T…quito”, al que todos dieron una mano para que se pare (todo mundo se volvía patero a la hora de los loros) no iba a sacar el revólver, perdón el fierro, y sólo fue un acto reflejo, ¡nada más!, ¡qué ocurrencia!, Paquito es mi pata.
- Ohe, ¿dónde vive ese cusqueño de mierda?
A Paco lo internaron en el Hospital del Niño con el diagnóstico de "Pánico Precoz" y tuvo que ser sedado por 4 días y mucha terapia de sueño cognitivo-comportamental. Es por este motivo que su coterráneo Darwin, que vivía al frente del colegio y lo visitaba a diario en el Pabellón de "aislados y/o desahuciados", descubrió su verdadera vocación, ser el doctor "sueño". ¡Qué semillero el de esa Promoción 75!