Por JUAN cARLOS cAVERO

Los Que Partieron Antes

Dicen que la vida es como una película francesa. Te enteras de qué trata cuando está por terminar y, a veces, no la entiendes en absoluto.

La vida es finalmente, un viaje apasionante que inexorablemente llegará a su destino, pero ignoramos dónde, cuándo y cómo. Por ello, se suele decir que se debe disfrutar del trayecto y no del destino, pues en ello se encuentra la verdadera esencia de vivir.

El que tenga un final para algunos resulta angustiante, otros lo asumen con callada resignación y para otros, bueno, todo es tan irremediable, que resulta mejor no pensar en ello.

Estas líneas están dedicadas a aquellos que nos han dejado y que compartieron con nosotros no sólo las aulas sino, las vivencias, las palomilladas y una hermandad que venció el tiempo, la distancia y por qué no decirlo, a la muerte misma.

Recuerdo con cariño a Percy Veramendi, “El Ojón”, mi vecino de carpeta en el 4° "B” de secundaria y también de ese pedazo de cielo llamado Pueblo Libre. En algunas ocasiones, lo veía en el bazar de su familia en la Calle Cartagena. El origen de su “chapa” se debía los gruesos lentes que usaba. Percy partió a Estados Unidos donde entiendo que falleció a muy temprana edad.

Era cotidiano ver en los recreos a un inseparable trío de compinches. Eran Kiko Dávila, Lucho Mendoza y Hugo Abad. Compartieron esa complicidad aún fuera de las aulas.

Lucho Mendoza, nuestro querido “Lou” o el “Padrino”, partió a inicios de los ochenta a los Estados Unidos. Fijó su residencia cerca de New York. Alguna vez lo visité en la tierra del Tío Sam y, la verdad que Lucho fue un anfitrión A1. Recuerdo que me llevó a Manhattan en su Mustang color guinda. Un carro digno de “El Padrino”.

Hugo Abad Zegarra (HAZ), era un tipo genial. Yo lo llamaba con cariño “El Escribidor”. Realmente era un placer conversar con “Huguito” y leer sus relatos. Siempre con el comentario inteligente y su agudo sentido del humor.

Kiko, tenía un hablar pausado, con una permanente tranquilidad. Solía verlo en la unión de exalumnos los sábados por la tarde, cuando la 75 jugaba en los campeonatos de fulbito y comentábamos con entusiasmo que los años no habían disminuido la calidad de nuestros peloteros.

Como es el destino, aquellos tres grandes compañeros partieron para seguir compartiendo su amistad en otro plano.

Recuerdo también a Roberto Tizón, tan vivaz y jodido. Vamos, Roberto era un pendejerete redomado. Luego de salir del colegio no tuvimos muchas noticias de él, hasta que supimos de su fallecimiento.

Danilo Agramonte era de los que se sentaban al fondo del salón. Formaba parte de los bravos de la clase. No fuimos amigos en el colegio. Lo fuimos una vez egresados, pues lo encontré en la Universidad Nacional Federico Villarreal, cuando ambos ingresamos a estudiar Derecho y Ciencias Políticas.

Mi buen Danilo no terminó la carrera. Partió a Canadá y no retornó al Perú sino pasados muchos años convertido en un consumado chef. Compartimos algunos reencuentros con la promoción de la universidad y guardaba muy gratos recuerdos del colegio.

Con Eduardo Cáceres, el “Chino” o, para sus más cercanos amigos, “Timbre”, compartimos el aula desde el 3° “A” de primaria y fuimos como hermanos.

Lo de “Timbre” se lo puso el profesor de Educación Física, Fernando León. Les cuento.

Un día en la clase de educación física estábamos corriendo alrededor del patio de primaria y el “Chino” que, para variar, andaba distraído y riéndose de todo, no se dio cuenta que iba directamente hacia el arco de fierro de la cancha de fulbito. El tremendo cabezazo en el parante izquierdo lo dejó “Stone” por varios segundos. Hubo una chacota del carajo y el profesor León Santagadea vino presuroso a verlo. Luego le puso un dedo sobre el chinchón que asomaba desafiante y en automático le puso el mote con el que se hizo famoso por mucho tiempo.

Con los años el “Chino Cáceres” fijó su residencia en Chiclayo donde se convirtió en un respetado y próspero empresario agrícola. Compró cerca a Olmos, un fundo al que le puso el nombre de “María Auxiliadora”, lo que confirmaba el orgullo que sentía por sus raíces salesianas. Recuerdo haber ido con él a conocer la propiedad y sobre el portal del ingreso estaba la imagen de la virgen.

Fui testigo de su arduo inicio y de su prosperidad alcanzada con mucho esfuerzo. Nunca perdió su esencia y su sencillez. Siempre habitó en él ese palomilla incorregible dueño de un corazón inmenso. “El Chino” fue un amigo de puta madre, mi socio en tantas mataperradas que nos llevaron a tener en algún momento matrícula condicional.

Percy, Kiko, Lucho, Hugo, Roberto, Danilo, Eduardo y alguno que se me pueda escapar en este breve relato, ya no están más con nosotros. Su viaje terminó antes de lo previsto, o de pronto, en el tiempo justo que les marcaba su itinerario y se apearon de este tren en el que todos estamos abordo y del que iremos bajando cuando sea el momento. Nadie puede afirmar con certeza cuál fue la razón de su partida prematura, pero de lo que no queda duda alguna es que nos volveremos a ver. Que haya paz, donde quiera que se encuentren sus almas.