Recuerdo al profesor Naveda que enseñaba química. Realmente se preocupaba por que entendiéramos la tabla periódica o las propiedades de los metales y se enojaba al ver los resultados de los exámenes de sus para nada químicos alumnos. Creo que no se daba cuenta que la gente andaba genuinamente interesada en otro tipo de “sustancias”.
Un profesor que también andaba preocupado era Jaime Barrantes, el profesor de arte y música. Aunque no lo crean en el colegio, se enseñaba música pero mejor, no lo crean.
En 3° de media (si mal no recuerdo), teníamos un cuaderno de dibujo llamado “Mondrián” que, para muchos, fue más que un suplicio. El condenado cuaderno del franchute Piet Mondrián era más pesado que sordo con tambor. Uno tenía que dibujar figuras geométricas con tinta china y para algunos (yo, en primerísimo lugar) los resultados eran miserables, paupérrimos, y todos los sinónimos que puedan considerar.
En mi caso, al final de año, mi cuaderno Mondrián (al que le ponía hojas encima del fracaso y a éste nuevo fracaso otras hojas más), terminó más grueso que expediente de jubilado que pide aumento de pensión.
Quienes desaprobaban cursos a fin de año, tenían que dar un examen de cargo antes de pasar al siguiente nivel. Sólo se podía llevar 3 cursos de cargo. Uno más y se repetía el año. Hubo quienes creyeron la cosa era tratar de completar el cartón del Bingo y tuvieron que repetir. Seguro que cantaban “línea", sólo para pasar piola. Los exámenes de cargo se daban en el “Micaela Bastidas” o en el “Mariano Melgar”. Un profesor, Eugenio Iturrizaga, que enseñaba historia universal jodía todo el año con eso de “Nos vemos en el Micaela”.
Iturrizaga era un buen profesor, sabia su tema, era jodido, exigente, pero buena onda, criollazo y “cachoso”. Un día faltó y lo reemplazo el profesor Fernando Gárate.
Seguro que, al leer su nombre, más de un 75, tendrá sentimientos encontrados. En el Salesiano podías joder a todos, incluso al Director pero, hasta los más pintados, esos que se sentaban al fondo del salón tenían respeto por el Profesor Gárate. Era el que no hacía concesiones. Era la disciplina hecha persona.
Una vez a un profesor de apellido Ramos que no recuerdo qué enseñaba pero, al que le decían “Nikitín”, por el libro de economía política que dispuso que leyéramos (pero que nadie leyó), le estaban haciendo la vida añicos, la joda se había desatado en el salón, la “recua” había dado rienda suelta a sus instintos, todo el mundo andaba en un desmadre colosal cuando de pronto, de la nada, casi como una exhalación, el mismísimo Gárate estaba en la puerta. El silencio fue automático. Si se hubiera caído un alfiler seguro que se escuchaba en sensurround (que sólo lo tenía el cine Roma). No dijo nada, cerró la puerta y “Nikitín” pudo terminar su clase en una calma celestial. Ese día reafirmó que era el hombre para el puesto. Son huevadas. Gárate era Gárate. Jamás te regalaba el empate.