Por Juan Carlos Cavero

Los Curas, los Profesores, Mondrían y los Cursos de Cargo

En el Salesiano, se ingresaba previo examen a tercero de primaria. Muchos de la 75 iniciaron en la Parroquial y luego, pasaron al colegio para culminar sus estudios primarios para posteriormente iniciar los secundarios.

El colegio tenía dos áreas definidas con sus respectivos patios. Uno para primaria y otro para secundaria.

El quiosco de “Don Salas”, atendía a estos dos. Los patios tenían dos canchas de cemento verde. En el medio había una franja delgada donde los renacuajos del salón, a los que se les denominaba “el tercer equipo”, jugaban sus partidos de fulbito sin tener que vérselas con los más grandes.

Todos los pabellones inicialmente eran de un nivel. Luego en cada uno, se levantó un segundo piso, lo que le daba una mejor vista al colegio. La verdad que con ello se veía más “power”, como se suele decir.

Los salones eran amplios, de techo elevado y con amplias ventanas laterales. Algunos con vista al jardín interno, otros con vista a la rampa de ingreso/salida. Los sitios más deseados en el aula eran los del fondo (ahí el asentamiento humano fue el mismo de primero a quinto de media) y también eran muy buscados los sitios que estaban al lado de la ventana, que daban motivos adicionales para distraerse de las clases.

Había curas entrañables como el Padre Yasujara en primaria o Peidro en secundaria, que eran más buenos que sueldo de congresista. Los había pesados como el Padre Durante, un cancerbero que te perseguía por las pensiones más que Reyna a Maradona. Los había jodidos como Moriones o Vaccacela y dejo para el final a aquel que nos quiso y mucho, el Padre Mario Mosto Queirolo, que una tarde no pudo más con el 5° “A” y, en un arranque de cólera, se voló la luna de la puerta del salón. Supongo que fue parte de su terapia.

Profesores hubieron de variados estilos. Algunos de recuerdos no gratos y otros, por el contrario, nos han dejado hasta hoy una muy grata evocación.

Recuerdo a Guillermo Castillejo, profesor de 3° de primaria y a Germán Falcón de 4° y 5° de primaria. También al profesor de educación física, Fernando León Santa Gadea que cada año presentaba el famoso “drill gimnástico”.

Los ensayos del “drill” tomaban meses y eran vigilados al centímetro por el profe quien, encima de una tarima, vigilaba la performance de sus pupilos cual águila su territorio, y cuando veía que alguien la “guaneaba”, iba en su búsqueda más rápido que persignada de cura loco a darle su merecido.

Al pasar a media, se cambiaba de patio. La cosa era ya de otro calibre. Los profesores se dedicaban cada uno a su materia. Estaban a quienes el enseñar les era indiferente y a otros que se preocupaban por que aprendiésemos en serio.

Recuerdo al profesor Naveda que enseñaba química. Realmente se preocupaba por que entendiéramos la tabla periódica o las propiedades de los metales y se enojaba al ver los resultados de los exámenes de sus para nada químicos alumnos. Creo que no se daba cuenta que la gente andaba genuinamente interesada en otro tipo de “sustancias”.

Un profesor que también andaba preocupado era Jaime Barrantes, el profesor de arte y música. Aunque no lo crean en el colegio, se enseñaba música pero mejor, no lo crean.

En 3° de media (si mal no recuerdo), teníamos un cuaderno de dibujo llamado “Mondrián” que, para muchos, fue más que un suplicio. El condenado cuaderno del franchute Piet Mondrián era más pesado que sordo con tambor. Uno tenía que dibujar figuras geométricas con tinta china y para algunos (yo, en primerísimo lugar) los resultados eran miserables, paupérrimos, y todos los sinónimos que puedan considerar.

En mi caso, al final de año, mi cuaderno Mondrián (al que le ponía hojas encima del fracaso y a éste nuevo fracaso otras hojas más), terminó más grueso que expediente de jubilado que pide aumento de pensión.

Quienes desaprobaban cursos a fin de año, tenían que dar un examen de cargo antes de pasar al siguiente nivel. Sólo se podía llevar 3 cursos de cargo. Uno más y se repetía el año. Hubo quienes creyeron la cosa era tratar de completar el cartón del Bingo y tuvieron que repetir. Seguro que cantaban “línea", sólo para pasar piola. Los exámenes de cargo se daban en el “Micaela Bastidas” o en el “Mariano Melgar”. Un profesor, Eugenio Iturrizaga, que enseñaba historia universal jodía todo el año con eso de “Nos vemos en el Micaela”.

Iturrizaga era un buen profesor, sabia su tema, era jodido, exigente, pero buena onda, criollazo y “cachoso”. Un día faltó y lo reemplazo el profesor Fernando Gárate.

Seguro que, al leer su nombre, más de un 75, tendrá sentimientos encontrados. En el Salesiano podías joder a todos, incluso al Director pero, hasta los más pintados, esos que se sentaban al fondo del salón tenían respeto por el Profesor Gárate. Era el que no hacía concesiones. Era la disciplina hecha persona.

Una vez a un profesor de apellido Ramos que no recuerdo qué enseñaba pero, al que le decían “Nikitín”, por el libro de economía política que dispuso que leyéramos (pero que nadie leyó), le estaban haciendo la vida añicos, la joda se había desatado en el salón, la “recua” había dado rienda suelta a sus instintos, todo el mundo andaba en un desmadre colosal cuando de pronto, de la nada, casi como una exhalación, el mismísimo Gárate estaba en la puerta. El silencio fue automático. Si se hubiera caído un alfiler seguro que se escuchaba en sensurround (que sólo lo tenía el cine Roma). No dijo nada, cerró la puerta y “Nikitín” pudo terminar su clase en una calma celestial. Ese día reafirmó que era el hombre para el puesto. Son huevadas. Gárate era Gárate. Jamás te regalaba el empate.