Por Miguel Croce

Una Noche Cusqueña en el Santutis

El viaje de Promoción fue una experiencia única, fantástica, nos llenaba de emoción pues, para muchos de nosotros era la primera vez que viajaríamos sin la tutela de nuestros padres, aunque para algunos que ya tenían calle y andaban “a su aire”, como dicen los españoles, no les causaba mucha expectativa, salvo de la de conocer nuevos ambientes, barrios, ¿mercados?

Salimos de Lima en medio del llanto de algunas mamás, el temor y desconfianza de los papás y la alegría, para muchos euforia, de la gran mayoría de nosotros; un poco más y nos ponemos a cantar el himno nacional “somos libres, seámoslo siempre”, chesumare, a uno le sale el patriotismo cuando estamos “henchidos de emoción”.

Después de haber pasado por Arequipa y Puno, ahora estábamos en el Cusco, la capital de Imperio Inca. Por fin iríamos a conocer tantos lugares históricos que habíamos estudiado, leído y, sobre todo, visto en las “figuritas” del álbum “Mi Perú”. Conocer “in situ” el Coricancha, Kenko, Pisac, Sacsayhuamán, y Ollantaytambo fue espectacular. Machupichu fue otra experiencia deslumbrante como lo menciona Caverito en su relato “El viaje de promoción, Santutis y el Debut” e incluso, para algunos fue simplemente “fantástica” pues consiguieron “volar” (¿delusión?, ¿alucinación?), “viajar” en medio de esas ruinas. Hubo incluso quien juraba que había visto al mismísimo Pachacútec paseando con sus ñustas. Bueno, la yerba (¿moño rojo?) y la pasta (purita, 100% nacional) eran de las buenas. Felizmente y a Dios, Gracias, que a nadie se le ocurrió dar un vuelo “ikarezco” en este paraje -emulando a un pilluelo que quiso subir a las alturas en un retiro espiritual “trémulo de emoción” religiosa (¿alucinógeno?)- pues no la iba a contar.

Nos quedamos varias noches en la Ciudad Imperial, la noche era nuestra y la expectativa de salir, tomarse unos tragos, ir a una discoteca, ciriar chicas, etc. nos hacía sentir varones de pelo en pecho, aunque la verdad más era el acné que nos marcaba.

Una de esas noches, era sábado, estábamos en la Plaza de Armas, en pequeños grupos, algunos fumábamos cigarros para mostrar nuestra hombría y los más valientes tragaban el humo que daba gusto, las chatas de ron circulaban de mano en mano y nos soltaba la lengua. Desde que habíamos salido de Lima, todo o casi todo fue un completo albedrío, a nuestro antojo. Ya habíamos podido beber de todo y en cantidades generosas. Ahora nos excitaba la sola idea de tener nuestra primera experiencia sexual, varonil, total ya (casi) éramos hombres, pero y ¿dónde? El problema comenzaba a complicarse pues no nos atrevíamos a preguntarle a la gente de la Plaza, nos avergonzábamos, ¿dónde quedaba el burdel?

  • ¡Un taxi! -Esos sí sabrían.

Nos habíamos juntado C.D. (entonces un tucancito), J.O. (fanático metalero el molleja), A.V. (que por primera vez salía de su barrio Breña) y quien escribe. Bueno, y …

  • ¿Quién pregunta? –Nadie se decidía, que roche-. Tucancito, muy educado, paró un taxi.

  • Maestro, ¿dónde hay un local de chicas para visitar?

  • ¿Un convento?, ¿un hotel?, ¿una pensión?, ¿un cine?

  • No, esteeeee.., un local más animado, Maestro.

El taxista, un hjp, me parece que sí entendía la pregunta y sabía la respuesta, pero quería hacerla difícil al Tucancito. J.O. y A.V. no se atrevían a aclarar las cosas. No quedó otra que hacer yo mismo el aclare, las feromonas me estaban consumiendo.

  • Maestro, ¿Cuánto nos cobra para ir al chongo? -chesu, hasta yo me sorprendí de mí mismo, más claro que el agua, tal era la angustia, la verdad es que todos estábamos en “punto bala”, y ¡qué bala!

  • 15 soles al Santutis. Ojo que no tengo vuelto.

  • Yanto -nos subimos más rápido que micro en la Brasil. A cada metro que avanzaba el carro nuestros latidos se hacían más rápidos. La expectativa era grande. Total, era nuestro debut, nuestro estreno, ¿mal paso?, bueno a la vuelta me confieso, ¡qué chucha!

Por fin, después de minutos interminables llegamos al, ahora famoso, Santutis. Nos aguardaban algunas sorpresas, la primera era que “media promoción nuestra estaba ahí”, un poco más y ¡nos poníamos en formación! La segunda fue que, al acercarnos, el profesor de Historia Universal, un tal E.I., maese y guía de estas horas difíciles. Su presencia nos dio cierta confianza al principio, pero después ésta se volvió en desconfianza pues al ver a sus alumnos nos empezó a llamar:

  • Bueno muchachos, ¡pajeros!, estoy aquí para cuidarlos y ver que todos sacudan bien al ganso pues ya están en edad para ésto; pero antes tienen que hacer una vaquita para pagarle el polvo a su profe que ha hecho un esfuerzo en acompañarlos, así que no se me demoren porque también soy ser humano.

Palabras claras y directas, sin preámbulos ni ocho cuartos y para dar el ejemplo, él mismo organizó la vaquita, sí teníamos la ilusión de echarnos un segundo polvo (no hay primera sin segunda) ésta ya era, chesumare, hasta aquí nos jodía.

La segunda sorpresa de la noche fue que el mismo profesor E.I. quiso ser el primero, “antigüedad es clase”:

  • Voy a ver cómo está la carne y después les cuento. ¡Hay que dar el ejemplo! ¡Cómo me sacrifico por mis pupilos!

Ni corto ni perezoso, el profe E.I. entró al primer cuarto, y los que nos quedamos afuera hicimos tal chongo que por poco le quitamos la concentración al profesor de Historia Universal que tuvo que sacar fuerzas para no quedar mal parado (¿erecto?).

Después de algunos minutos la puerta se abrió, E.I se subía el cierre y con una sonrisita en los labios dijo:

  • ¡Son una mierda! Sólo por esta vez se la perdono. Bueno y ¿qué están esperando? ¿Que les cante una ranchera?

Éramos puras risas y jolgorio, rápidamente nos dispersamos para ver “el menú”, todos con ojo crítico. C.D. estaba ya haciendo fila al frente de una puerta, al verlo me puse detrás de él (siempre confié en su buen gusto), pero el hombre estaba mudo, concentrado, seguramente pensando en las piruetas que iría a realizar. Detrás se pusieron algunos compañeros (no había muchos cuartos, la verdad sea dicha), H.P. con las manos en los bolsillos, no sé si para calmarse o animarse, mejor no preguntar. El más angustiado era A.V, Su rostro reflejaba la lucha entre el bien y el mal, entre la virtud y el pecado, el yin y el yan o tal vez peleándose con su conciencia que lo iba a incomodar al regresar a su casa cerca de la Avenida Arica. J.O. se había ido al a poner su sol en una rocola para poner alguna música de Nazareth para así inspirarse mejor, roquero mi compadre.

Nuestros “debuts”, en general, fueron rápidos, de tanto esperar y pensar en lo mismo, la emoción nos aceleró y no nos dio un tiempito, un calentamiento diría yo. Mas podemos decir que este primer acto viril fue muy salesiano, universal. Así es, no todos los días nos tendríamos a un profesor de Historia Universal para alentarnos y mostrarnos “cómo la vida es” haciendo eco del escritor brasileño Nelson Rodrigues.

Los que ya habíamos acabado esperamos a que todos “se alivien o pongan ligeritos” y una vez más nos organizamos para volver a la Plaza de Armas. La noche era joven y, por fin, ya éramos más hombrecitos.

Ya en el cuarto del hotel, A.V. se había echado en la cama y estaba mudo y serio, fue entonces que C.D, el Tucancito, le pregunta:

  • ¿Qué te pasa A.?

Y él responde:

  • Me arde, cuñao. Creo que me he quemado –y una lágrima empezó a bajar por la mejilla. Humano y pecador al fin.

Yo con la ironía juvenil insensata y sin pensar en el miedo que estaría sintiendo A.V., mi pata del barrio de Breña, le dije:

  • ¿Será que te has quemado?

Hasta ahora me arrepiento, la cara del A.V. se descompuso, empezó a sudar y las lágrimas brotaban misma pileta.

  • ¿Y ahora qué hago?, ¿Cómo le digo a mis viejos?, mi vida acabóoooo, ¡huaaaaaaaaaa!

  • No te preocupes cuñadito -le dijo C.D.- cualquier cosa hacemos una chanchita (otra vez la maldita chanchita) para pagarte el tratamiento.

  • Noooooooooooo, ¡ésto me pasa por pecador! -Como no había forma de calmarlo nos pusimos a acabar una chata de ron, al poco tiempo los cuatro estábamos cantando rancheras y llorando nuestras nuevas penas.